Fotografías de mujeres que han aprendido a desconfiar de la memoria | Red de expertos | Planeta Futuro
Menos África pero más diáspora a orillas del Ródano. En esta 54ª edición del prestigioso festival internacional de fotografía de Arlés (Francia), Les rencontres de la Photographie d’Arles, que se desarrolla cada año de junio a septiembre, hay menos paisajes del sur del mundo, pero más presencia de los hijos del Sur en el Norte. Porque el Sur global se expresa entre nosotros, a diario, en la mirada de los que migraron y en la memoria reconstruida especialmente por sus hijas, que han aprendido a desconfiar de las convenciones y de los recuerdos de otros. E incluso de las fotografías que heredaron.
Esta vez son ellas, las hijas de la diáspora, las que hablan en voz más fuerte desde las paredes de esta ciudad provenzal en la que Van Gogh vivió, pintó y sufrió. Y donde, un siglo atrás, Picasso retrató mudas a las chicas arlesianas.
En el verano de Arlés, todo es amarillo de sol. Desde 1970, cuando nació el festival, el folklore de los humedales de la Camarga, los caballos, las arenas de las corridas taurinas y las postales de los campos de girasoles con olor a lavanda compiten con la frenética actividad artística de galerías llegadas de París, la dinámica estudiantil en torno a la Escuela Nacional de Fotografía y los nuevos espacios de exposición. Los museos regionales hacen lugar a los fotógrafos seleccionados que llegan a mostrar sus obras en temporada. Asimismo, todos los templos del casco histórico, convenientemente desacralizados, se han consolidado como salas de exhibición de arte.
Las mujeres hemos aprendido a desconfiar de la memoria, porque lo no dicho puede teñir todo lo que se recuerda, y eso incluye las fotos
En esta edición de la megaexposición que, desde 2021, está al mando del comisario alemán Christoph Wiesner, hay que destacar la presencia de mujeres de todas las generaciones que exhiben sus proyectos. Por empezar, más allá de la excelente recopilación de un consagrado maldito como Saul Leiter (1923-2013), el visitante recordará especialmente el homenaje a los primeros pasos de la cineasta Agnès Varda (1928-2019). Y también rememorará a una artista excepcional como la polaca Zofia Kulik (76 años), en una primera exposición monográfica en Francia dedicada a sus obras monumentales y sarcásticas sobre la propensión de los hombres a la guerra.
En el pabellón La mécanique générale del predio Parc des Ateliers, la artista brasileña Rosângela Rennó (Belo Horizonte, Brasil, 61 años) muestra su trabajo sobre fotos de archivo, entre ellas, una interesantísima colección de retratos de recién casados. Una colección tomada en Cuba, en ese instante en que, al final de la fiesta, la pareja se aleja de los invitados en un coche o una moto y mira por última vez a cámara. Hay, sin duda, mucho que auscultar en ese emblemático gesto de atención al otro, al que mira, antes de marcharse del ritual colectivo y dejarnos con todas las incógnitas. Rennó —que también ofrece aquí una interesante selección de registros fotográficos carcelarios intervenidos artísticamente— fue una de las cinco premiadas de esta edición de Les Rencontres, en este caso, con el galardón Women in motion (Mujeres en movimiento) que en ediciones anteriores se llevaron Susan Meiselas, Sabine Weiss, Liz Johnson Artur o Babette Mangolte.
Otra de las premiadas en este festival fue la iraní Hannah Darabi (Teherán, 42 años), que indaga en la identidad visual de lo que se llama Tehrangeles (o el barrio de la inmigración iraní en Los Ángeles, EE UU), en una serie titulada El sol de la plaza persa. Darabi se hizo con el galardón Madame Figaro Foto Award.
La mención especial, en este caso, fue para Riti Sengupta (Kolkata, India, 30 años), por su trabajo Cosas que no puedo decir en alto, que la artista inició en tiempos de la pandemia, con diálogos con su madre, en la cocina familiar, viendo viejas fotos de archivo. En ellas, Sengupta descubrió los orígenes de la dinámica patriarcal que se perpetúa en el ámbito doméstico. A partir de esas charlas, unas composiciones muy teatrales compartidas entre madre e hija dan cuenta de lo que muy pocas veces las mujeres de otras generaciones pudieron decir en voz alta.
Del paisaje al cuerpo
Las mujeres hemos aprendido a desconfiar de la memoria, porque lo no dicho puede teñir todo lo que se recuerda, y eso incluye las fotos. Por ese camino de la revelación de lo que parecían inocuos souvenirs familiares transitan los artistas que exhiben sus obras en la colectiva de los Nuevos descubrimientos. Aquí están comprendidas otras jóvenes que se atreven a mencionar los traumas de sus madres y abuelas, largamente silenciados muros adentro del hogar.
Precisamente, así, Definiciones en movimiento, una invitación a ver de nuevo, es como titula su declaración de intenciones Tanvi Mishra, la comisaria que reúne a los artistas emergentes en la iglesia Frêres Précheurs de Arlés. La curadora india, basada en Nueva Delhi, menciona nuestra “percepción cambiante de las cosas” como argumento para explotar “el potencial que tiene la fotografía para incorporar sentidos más allá de lo aparente”. Mishra alude a la “ambigüedad inherente a la imagen, para poder alcanzar otras perspectivas del mundo e incluso cuestionar nuestras expectativas”. De ahí que la comisaria proponga al público 10 trabajos en los que, intuye, la memoria del espectador entrará en relación con las imágenes para dotarlas de un nuevo sentido. Se trata de “reinterpretar los archivos convencionales” a través de “intervenciones radicales”, pero rechazando las representaciones catastrofistas, aclara.
Entre las 10 propuestas, el premio Descubrimiento de la Fundación Louis Roederer se entregó a la artista ecuatoriana Isadora Romero (Quito, 36 años), por su serie Humo, semilla y raíz. Romero expone en imágenes las razones por las que, cree, hay que defender la agrobiodiversidad, en un momento en el que en el mundo se han perdido el 75 % de las variedades vegetales. La artista desciende de una familia de “guardianes de las semillas”, por lo que recorre América Latina para revalorizar la memoria ancestral y los saberes autóctonos en torno a los cimientos de la tierra, tan ligados a la posibilidad de la justicia alimentaria.
Entre los emergentes, otra hija del continente americano como Samantha Box (Kingston, Jamaica, 46 años), inmigrante en Estados Unidos, se sirve de los recuerdos de su infancia, atravesada por objetos y relatos de raíces diversas (africanas, caribeñas e indias) para hablar con gratitud de la diversidad que la completa. Porque, pese a lo desgarradora que es una partida, también aporta riqueza, como la de las evocadoras cartas de memorización con las que los niños caribeños aprendían los nuevos nombres (o pronunciaciones) de las frutas —incluso las del Caribe— en el país de acogida.
En esta sección también muestran sus trabajos, entre otras, la española Nieves Mingüeza (Valencia, 59 años) y la interesante artista multimedia vietnamita Hieng Hoan, con una performance en la que su propio cuerpo es el lienzo para explicar la errancia y la deformación identitaria del extranjero frente a los clichés y la exotización de la sociedad europea que acoge.
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